MUNDOS INSPIRADOS   

Hace 90 años, un accidentado estreno

Puka Reyesvilla
docente universitario

aguadoble@yahoo.es

 

Pocas veces se puede señalar el momento preciso en que un sistema simbólico de la cultura se modifica; presenciarlo, mucho menos; provocarlo, ni hablar.

Ocurrió el 29 de mayo de 1913 en el Teatro de los Campos Elíseos. El hecho ocasionó gran exaltación intelectual y señaló nuevos rumbos tanto para la música como para la danza: se estrenó La Consagración de la Primavera, composición de Igor Stravinsky.

No tiene una relación directa con ese momento, pero la mejor analogía a lo acontecido aquella noche la he encontrado en una de las descripciones que Emile Zola hace en Naná: “Durante algunos minutos, fue una confusión de juicios en los que los diversos elementos del salón, los bonapartistas y los legitimistas, se mezclaban a los escépticos mundanos, con quienes se codeaban”.

Traslade Ud. la escena al estreno de La Consagración y obtendrá la siguiente crónica: Un rumor persistente se apoderó del recinto teatral, del rumor se pasó al maullido, de éste al bufido, luego vinieron el silbido, la risa, los golpes y, finalmente, el tumulto, la batalla campal. Los exaltados manifestaban en forma vehemente su aprobación o rechazo ante la atrevida propuesta. Hacia la Danza del Sacrificio, los bailarines no escuchaban la música aunque, valientemente, tampoco se inmutaban en su empeño de cumplir el cometido en su integridad: Si Nijinsky (en función de coreógrafo) contaba los compases, Pierre Monteux (director de la orquesta) continuaba dirigiendo como si nada pasara; Diaghilev (el celebérrimo director de los ballets rusos) ordenaba a los electricistas encender y apagar las luces. Entre los espectadores que vociferaban en uno u otro sentido se encontraban figuras bien conocidas del mundo de la música y la sociedad; Camile Saint Saëns maldecía a Stravinsky y sus “compinches”, mientras que, de manera más potente, Ravel proclamaba la genialidad de la obra. Entretanto, Debussy suplicaba silencio al público para que pudieran oírse aquellos “maravillosos sonidos”. El compositor Floren Schmidt llamaba reiteradamente “cretino” al Embajador austríaco en Francia que reía desdeñosamente y la condesa de Pourtalés afirmaba: “Tengo sesenta años y hasta ahora nadie se había atrevido a tomarme el pelo”.

Si Ud. no ha escuchado La Consagración, probablemente se pregunte qué fue lo que causó semejante revuelo. Entender la reacción de los asistentes a la primera puesta en escena de este ballet resultaría imposible si separamos el componente musical del coreográfico; por su carácter épico, su discurso primitivo y su propuesta violenta (en términos artísticos), la irrupción de La Consagración fue una bofetada a las concepciones estéticas del siglo XIX, muy arraigadas entre quienes frecuentaban los teatros. Stravinsky se apartaba de la estructura tonal y Nijinsky mandaba al carajo a los cánones de la danza clásica. La música, aún hoy, provoca reacciones adversas. A mí me fascina, le recomiendo la versión dirigida por Metha.

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